La
segunda parte de esta entrada quería dedicarla a contaros un cuento. Diréis
¿por qué? Bueno, hace unos meses fui con mi gran amigo Sergio a una exposición
fotográfica, era de Manuel de los Galanes (web: PINCHA
AQUÍ), como podréis ver tiene unos trabajos impresionantes de
fotoilustración (aunque es difícil de definir este término, ya haré otra
entrada sobre este tema =]). La exposición tenía como título "No tan
felices" y mostraba en imágenes escenas de las verdaderas historias de
cuentos tradicionales conocidos por todos.
Algunos ejemplos eran: La sirenita,
Blancanieves, Caperucita roja etc., estaréis preguntándoos que qué quiero decir
con las verdaderas historias. En realidad tampoco es la mejor forma de
definirlo, él expresa en sus cuadros versiones de la historia anteriores a las
que conocemos, historias muchos más oscuras y también mucho más interesantes.
La mayoría de estas versiones son de Perrault, un autor fundamental para quien
estudia la historia del cuento. Este autor es del siglo XVII y, en cambio, las
versiones que nos han llegado son (en su mayoría) del siglo XIX de ni más ni
menos que los hermanos Grimm.
Fue una exposición, por todo esto, muy
interesante, a mí me encantó (imaginaos si yo estudio filología y
fotografía...). A este evento fue el autor con nos contó algunas historias
interesantes y también el cuento de Blancanieves en su totalidad,
desgraciadamente no he sido capaz de encontrar la versión que él nos contó por
escrito (si alguien supiera algo, estaría eternamente agradecida). Así que sin
más dilación paso a contaros el cuento que él nos contó:
Blancanieves.
En un tiempo inhóspito, vivía una mujer y deseaba ser madre, por ello le
pidió una niña a la luna. Pero la mujer quería que su hija cumpliera con una
serie de características: que tuviera el pelo negro como el carbón más oscuro,
los labios rojos como la sangre y la piel pálida como la nieve. La luna le
concedió su deseo pero, a cambio, debía sacrificar su propia vida (la mujer). Y
así fue, en esa misma noche los lobos la devoraron, no dejando nada de ella. De
este modo, la luna cumplió con su promesa y entregó a la niña, esta se quedó
con su padre ahora viudo. Pero esta niña, no es la adorable niña perfecta que
nos contaron, irradiaba energía oscura, irradiaba poder, y era algo de lo que
se era muy consciente estando a su lado. Su nacimiento a costa de la muerte de
su madre, y habiendo sido entregada por la luna, la hacía así.
Su padre encontró a una nueva esposa (muy muy diferente a la madrastra que
conocemos), ella era todo luz, una mujer rubia, hermosísima y virtuosa, sin
ningún tipo de maldad. Blancanieves era la oscuridad y ella era la luz. La
nueva madrastra de Blancanieves solo tenía una obsesión, ser madre. Lo
intentaron en numerosas ocasiones pero el niño siempre moría antes de poder
siquiera nacer. ¿La razón? La energía oscura de Blancanieves, palpable y densa.
Es por esta razón por la que madrastra empezó a odiar a su hijastra. Incluso
construyó una habitación cuya entrada estaba terminantemente prohibida para la
niña, de este modo, no la podría llenar de su oscuridad, así, la madre
frustrada podría llevar a cabo la gestación estando encerrada. En esta
habitación, totalmente pintada de negro y con la única compañía de un espejo,
la madrastra de la muchacha oscura empezó a perder la cabeza. Además, esto
tampoco funcionó pues la energía de la niña, según iba creciendo ella, iba evolucionando,
haciéndose más oscura, más potente.
Por esta razón, decidieron que la muchacha se marchara cuando cumpliera
dieciocho años. Y así fue, ella se marchó y se topó con siete hombres (no
enanitos, sino hombres grandes y fuertes) y tuvo un acercamiento sexual con
ellos, con el fin de dominarlos y poder vivir allí (el control de la mujer
sobre el hombre es algo censurado hasta hace bien poco y más aún el control
sexual, por esta razón esta parte se suprimió/censuró). Blancanieves comenzó a
vivir allí, pero vivir durante dieciocho años, en el hogar de su padre y su
mujer no pasó en balde, un rastro de su energía quedó allí, una huella de la
que fue su estancia. Nada podía hacer para que funcionara su embarazo,
así que, no viendo otra salida, decidió matar a la muchacha. Le envió una
manzana, pero no una cualquiera, sino una manzana negra como ella misma, cuando
Blancanieves la comió se sumió en un sueño eterno, condenada a tener pesadillas
por toda la eternidad. La madrastra nunca pudo tener su hijo, y habiéndose marchado toda su luz, perdió también su cordura.